El ocio nuestro de cada día.
Inventa tu propia hamaca.
Ahora que finalmente mis numerosos años se encaminan hacia la cima que no tiene retorno, para acurrucarse plácidamente en la espera de mis sueños infinitos, me siento cada día más y más convencido que la invención ingeniosa de Panamá no es obra ni mérito de nadie. Simplemente sucedió, como por milagro, desde hace milenios.
A la pregunta ¿Qué es Panamá?, valen todas las respuestas posibles, incluyendo las mías. Es el país de todos los ocios, respondo. Como por ejemplo, el ocio adivinatorio, que es el del saber qué va a pasar. Es el país del ocio improductivo y productivo de todos los trabajadores, empresarios, propietarios y funcionarios del país, respondo también. Este es el ocio que está determinado por el conocimiento de una paradoja. O sea, el saber que tienes garantizado el estar posicionado a tiempo indeterminado en un "puesto de trabajo", por menos de ocho horas diarias efectivas y por menos de cinco días efectivos a la semana, o sea, el saber que la ocupación de ese puesto no requiere ni de rendimiento ni de puntualidad. Este saber inconsciente coincide armónicamente con un estado ético de orden superior que destila el acto del ocio como un modo productivo y de remuneración del "no-trabajo". Costo que se carga al precio del producto final porque es un salario real que retribuye la lentitud, el reposo y en muchos casos, la ausencia. Este tipo de ocio es una forma no convencional de ingreso y de riqueza de los factores trabajo y capital. Y el mercado internacional paga ese valor añadido que genera el hecho de "estar aquí", sin necesidad de hacer nada mejor o mayor que “el ser y el estar aquí”. La perversión criminal de este noble sistema humanista la hemos visto en los recientes juegos de azar de Wall Street que acabaron con el mundo conocido. Y aun así Panamá es comparativamente muy competitivo en el mercado mundial porque ese ocio, improductivo y productivo, es una especialización humana y geográfica. En fin, en otras palabras, Panamá es el país supremo de la paz social simplemente porque, a diferencia de Wall Street, todos los ocios nuestros de cada día están equitativamente distribuidos entre empleadores y empleados, entre ricos y pobres. Y curiosamente, los extranjeros que todavía no se deciden a ser panameños se sienten alarmados e indignados por esto. Y curiosamente, los nativos, es decir, nosotros los panameños por nacimiento y los extranjeros que son panameños por propia decisión, tampoco apreciamos el fenomenal valor que tienen todos los ocios nuestros de cada día. Y sin ninguna posibilidad de éxito muchos de esos indignados insisten en cambiar el país que tenemos por otra cosa que nadie sabe cómo será. Quizá como algo parecido a Wall Street, o al Rhur.
Al respecto, y para que nadie grite más tarde: “¡Sálvese quien pueda!” , propongo para NO cambiar, que pensemos en los ocios nuestros de cada día como recursos renovables y sostenibles que garantizan la preservación de la naturaleza vegetal y que la defienden contra el saqueo y la codicia de emprendimientos incivilizados cuyas creaciones de inmensas riquezas materiales no son nunca distribuidas tan equitativamente como nuestra propia riqueza natural fundamental: el ocio nuestro de cada día. Pongo como evidencia para sustentar mi propuesta, un ejemplo terminal: el impresionante crecimiento físico de la riqueza nacional del último quinquenio NO se ha distribuido equitativamente y peor que esto, ha creado un monstruoso malestar colectivo por los hacinamientos y la desaparición de los espacios comunes de ocios colectivos y la extinción de los servicios públicos, como la seguridad personal. El inmenso éxito económico de Panamá ha dejado caer sobre todos nosotros un sufrimiento monstruoso que se ha distribuido equitativamente entre ricos y pobres. Una prueba patente que hoy, Panamá, patrimonio universal del ocio, no sabe manejar ese tipo de éxito económico estrepitoso que estamos teniendo, que se distribuye muy mal y que daña las cualidades especiales del escenario ambiental que son esenciales para el ejercicio efectivo del ocio nuestro de cada día . . .
Hoy, de las dos a las diez,
estuve en tres mesas distintas
y en un solo lugar placentero,
Los Años Locos.
Rubén Wander Werf, Federico y Facundo Kroeck,
Diego Melnicki, Eduardo Briceño, Ricardo Julio. Rodrigo Bazán y Jorge Dornelles.
La mesa del antiguo Cartel de los Sábados en el bar de Los Años Locos. Digo antiguo porque ahora es otro y nuevo. Explico. El régimen eno gastronómico de consumo de El Cartel de hoy se ha hecho racional, es decir, menos snob y más pop. Lo cual crea un desequilibrio en los componentes físicos y espirituales de nuestra mesa. O sea, los vinos y platos pierden prioridad frente a la supremacía del convivio y del diálogo interpersonal. Y hoy se añaden dos fascinantes miembros más, Federico Kroeck y su hijo Facundo.
Segunda mesa.
Carlos Herrera, sommelier Emilio Pitti,
Verónica Arosemena Méndez,
chef Dorindo y Flavio Velásquez.
La mesa del chef Dorindo, del sommelier Emilio Pitti y del ságuila Carlos Herrera, con la asistencia de nuestra invitada de lujo, la bella dama Verónica Arosemena Méndez. En el gran salón de Los Años Locos. Esta mesa degustó varios acercamientos prudentes de lo que podría ser en un probable futuro el menú light y vegetal de Los Años Locos. Pero en base a armonías recomendadas por el amigo sommelier Emilio Pitti catamos un Marques de Riscal Rueda Verdejo 2010 al cual todos, sin chistar, le dimos más de 90 puntos de aprecio y calidad. Para mí la compañía de estos cuatro célebres personajes, Verónica, Dorindo, Carlos y Emilio, configuró un momento zen de intensa comunión neuronal y arterial. Sin embargo este éxtasis de convivencia extrema fue coronado por una muy estimada interrupción de Chivo Palm y señora para que me acercara a su mesa a disfrutar de un par de vinos. Pero ese éxtasis mío no se decantó en la mesa de Chivo, ya que fue transportado con firmeza por iniciativa de Verónica y del cautivante y sorprendente Juan Travesedo hacia una tercera mesa en plena ebullición ...
Luis Ngale, Michelle de la Guardia, Verónica Arosemena Méndez,
Juan Travesedo, Flavio Velásquez, Juan Carlos Pérez,
María Alcázar, Vanessa Paegler, Rosa Gallego y Gustavo Peña.
La mesa internacional y multi cultural de Verónica en la terraza de Los Años Locos. Gentes sabaneras, costeñas e isleñas. Españoles de Tenerife, de Tarifa, de Mayorca. Mejicanos muy alejados de la frontera gringa y muy abrazaditos al corazoncito del Méjico más noble. Y un cubano gigantesco de pura cepa y ciudadano del mundo, confeccionado por la amalgama gourmet entre el oro apasionado de Irlanda y el ébano musical de la Guinea Ecuatorial, hace menos de treinta años. El amigo Ngale fue la bendición Urbi et Orbi de esta tercera mesa porque fue quien con la magia de sus savias y gracias implantó en la mesa el refinado arte de la risa, un arte en vías de extinción en estos tiempos de crisis global. Por otra parte, Verónica en su papel de cúpula de la mesa, se lució egregiamente por dos razones. Primero porque me hizo hacer una presentación palpitante sobre la belleza de nuestro sistema monetario nacional, el cual también es, todavía, internacional, y sobre la funcionalidad global de la naturaleza femenina en Panamá. Y por lo tanto sobre el peso inevitable y seductor del matriarcado panameño en la vida doméstica, en la vida profesional y en la vida misma. En Panamá, para hacerse obedecer ciegamente por nuestros compañeros asociados y por nuestros compañeros subordinados, hay que saber administrar el poder femenino que todos llevamos adentro, el cual nos ha sido implantado por las omnímodas Diosas del Olimpo griego. Y finalmente, por el lado de la mesa en donde estaba sentada Rosa Gallego se estuvo gestando la creación de un nuevo local en el Casco Antiguo que será muy pronto lo que más se acerca físicamente a mi teoría sobre el Ocio Gourmet.
En fin, hoy en Los Años Locos,
fui feliz cuatro veces más, contando a Chivo.
Michelle de la Guardia y Verónica Arosemena Méndez.
Saludos.
Flavio.