Mark Vander Werf, Flavio e Ismenia Velásquez.
Escuchar es un arte.
Todos los Vander Werf saben practicar muy bien el arte de
escuchar en modo más intenso que la habilidad de hablar, la
cual también practican con gracia y destreza cuando lo hacen. Son amigos
bellos, buenos, sanos y cariñosos, hacia todos los seres vivientes. La matriarca Lourdes
encabeza este directorio familiar en donde todos escuchan las ideas que todos proponen pero que en ella muchas de las mismas
tienen su nacimiento inspirador como el
agua vigorosa de la fuente de
la juventud. Ideas que en el conjunto unitario del grupo integrado por sus
seres queridos, Rubén, Mark, Stefy, Nicole y Patrick se hacen realidad con la
fatiga inconmovible del trabajo rutinario y la paciencia bíblica que obtienen del respeto y del
aprecio al tiempo que corre sin piedad.
Descubrí a Mark cuando él me descubrió. Cuando
Mark era un adolescente y quien, la primera vez que llegué a
los viejos Años Locos, tuvo la insólita
curiosidad de sentarse conmigo, no para pasar el
tiempo y conversar, sino para escuchar. Y así lo reveló explícitamente
en aquel tiempo. Y su entusiasmo por aprender de mis años
pasados, para nada locos, era y sigue
siendo manifiesto hoy. Y veo también que su
inclinación por hacer cosas sigue hoy tan presente como antes. Un dato revelador en él como en el resto de esta
fenomenal familia. Y entonces en aquella ocasión no perdió tiempo para
presentarme pocos días después a Rubén y a Lourdes. Y quedé siendo comensal miembro ad-hoc de la mesa
redonda en donde ellos se reunían para almorzar. Y a pesar de haber hablado
tanto, cosa que me encanta hacer como
ustedes saben, confieso hoy que yo, Flavio, he aprendido de estos
entrañables amigos mucho más de lo que ellos sospechan. En primer lugar he
aprendido a respetar el pasar del tiempo y a envejecer entretenidamente. Gracias
amigos Vander Werf por haberse
adecuado a las mejores cualidades de las gentes del verdadero Panamá, sino
también por haber sido el ducto conductor desde la Argentina, de esa misma
percepción que yo tengo de esa tierra,
por la majestad imperturbable de los Andes y la infinita grandeza de la pampa. Que es el código secreto de los pueblos del Sur, desde
hace milenios. Cosas de Argentina, digo yo. Como el tango, un sensual episodio musical cuya
coreografía de danza popular repite el conflicto entre los pies y la pelota de
fut que es también al mismo tiempo, el conflicto erótico entre el hombre y la mujer en la
representación más dramática del amor recíproco. Y la parrillada. Y el chocolate. Y tantas otras cosas de Argentina, país en donde fui muy feliz de niño junto
con mi familia.
Salud.
Flavio.
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