El bien crea la belleza y la salud, o sea, la dicha.
Esto de salir a comer con mi hija va por ciclos estacionales. Excepto que de reciente nos estamos viendo muy a menudo. Ayer sin ninguna razón encubierta nos citamos tarde para en la noche, ¡a las ocho!, ir a Casa Tua. Allí cenamos y conversamos tan animadamente como desde hace varios decenios. Ya que Ismenia sabe hablar bien y con intensidad desde que aprendió a hablar. Su independencia de criterio es tan insólita como su intransigencia. Se parece mucho a su padre en ese sentido. En estos tiempos, a mis 72 años, mis necesidades sociales de inter comunicar de manera indiscriminada y casual con cualquier persona se han reducido a cero. Pero la necesidad de comunicar con personalidades inteligentes como mi hija y hace días con su colega Adriana en Alkimia, es infinita. Ismenia me donó una reflexión sobre la lucha del mal contra el bien y viceversa. Pero ella percibe esta dialéctica de una manera insólita. Frente al daño que hemos recibido en nuestras vidas como consecuencia de la fatal enfermedad en unos casos y de la fatal codicia humana en otros casos, coincidimos ambos, mi hija y yo, que en la vida que nosotros estamos viviendo, padre e hijos, ni el bien ni el mal se vencen o se e derrotan entre sí. Sino que coexisten ambos contemporánea y coetáneamente, o sea, en el mismo espacio y en el mismo tiempo. Y podría suceder a veces otra cosa terrible por culpa de la teoría del karma, que un mal menor podría ser derrotado por un mal mayor que es lo que le pasa a la gente que practica deliberadamente el mal, como indica la revelación del karma. Pero entonces la práctica del bien crea un estadio especial. Ese en el cual la ética del bien crea la belleza y la salud. Ese en el cual la belleza y la bondad no son perturbados por el crujir de dientes de los condenados…
Gracias a Oriol Serra, propietario de SDS WINE BOUTIQUE, quien me invitó a una cata con el enólogo de VIU MANENT el martes 14, conocí el vino que llevé para Ismenia, el sorprendente Gran Reserva Cabernet Sauvignon. Nos gustó a los tres porque nos acompañó en la cata el chef propietario Mássimo. Quien como es su tradicional y sublime costumbre nos cautivó con una Berenjena a la Parmesana y una pasta al hongo Portobello digna del exigente gusto de mi hija. Comimos mucho más de lo que fue nuestro plan inicial. Y por último no queríamos postre, pero llegó un abusivo Tiramisú tan perfecto que yo decidí estremecerlo con el posesivo espíritu de una Grappa veneciana. Salud. Flavio.
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