ANDRES MADRIGAL Cumplió años Andrés este mes, el día de San Lorenzo, patrono de los cocineros, y sin saberlo festejamos hoy su santo junto con el de mi hija, que fue a poca distancia, en el día de Ferroagosto. Conocí Andrés por teléfono hace algunos días aquí en Panamá. Y el resultado significativo para mí de este conocimiento es que siento afinidades reales porque tiene Andrés un módulo existencial que admiro y aplaudo. Ya que la clave de todo sobre Andrés, pienso yo, es quizá que él complace y se deja llevar por el fluir dialéctico de la natura. Un “wu-wei”, entendido como debe ser. O sea, como lo entendió Hipócrates al postular simplemente: “¡No dañar!” O sea, en términos amplios, no hacer nada que degrade la vida total y el físico y los frutos de la tierra. En fin, Andrés, como muchísimas otras personas más en el mundo, fomentan una arquitectura de la vida de gran corte y elegancia que se construye para elevar la convivencia buena, bella y sana. Son las cosas, las palabras, los tiempos y los espacios quienes buscan entidades especiales como esas personas, en especial Andrés. Veamos esto. Siendo niño la cocina de la abuela Nuncia lo buscó, lo encontró y lo atrapó. Pero a él no le interesó en aquellos tiempos… Y entonces apareció nuevamente en su camino el mismo reclamo, la presencia poderosa del mar y sus frutos que siendo niño todavía también lo dominó. Y después a lo largo de las rutas que recorrió durante sus numerosos viajes por el mundo fueron presentándose frente a él el mismo llamado, como la presencia seductora de la tierra, de sus frutos y de los hombres que la amaron con sus manos y técnicas artesanales quienes asimismo lo atraparon. Y así, durante el transcurrir de la mitad de su vida, pasaron varios libros publicados y escritos por él, pasaron muchos grandes restaurantes inspirados por su incontenible curiosidad creativa, pasaron varias Estrellas Michelín, pasaron programas mediáticos divulgativos y formativos de televisión y radio, pasaron escuelas de educación para cocineros fundadas por él… pasaron las vivencias de la Provenza… etc… hasta llegar hoy a Panamá. Y entonces me viene la pregunta ¿Por qué Panamá? Y él sin que yo le formulase esa pregunta, en la presentación de uno de sus platos me la responde al oído, en otro contexto: “Flavio, todo sucede en la vida por alguna razón”. Y la razón por la cual Andrés llegó a Panama ni yo, ni él, ni nadie, la conoce. Pero yo quiero creer que en Panamá desde hace muchísimo tiempo la época de los Madrigales ha existido. La historia grabada en diez grandes bloques de cemento deteriorado, bajo el portalón de Las Bóvedas en la Plaza de Francia y narrada de viva voz por mi hija antes de llegar a esta cena, revela el inicio de esa época estrepitosa de los Madrigales. Y cualquiera puede darse cuenta sin el menor esfuerzo y conocimiento en qué consiste. En Panamá no sólo los platos de Madrigal es cocina de viajeros, sino que todo el país es un gran espacio vacío en espera de acoger al viajero que quiera hacer una parada definitiva y establecerse aquí. Parece, o más bien, me parece que la gran mayoría de los panameños no perciben ese espacio vacío que ellos mismos podrían ocupar y aprovechar si les viniese en ganas. Y a ese espacio vacío que es todo Panamá nosotros los panameños le llamamos país de oportunidades, aunque, afortunadamente, se las dejemos a la disposición de los viajeros... Y esta forma inmóvil de “wu-wei”, tipo no hacer nada, es una abominación equivocada…
Salud. Flavio |
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