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viernes, 23 de septiembre de 2011

"CASA CORSUNSKY" Miércoles 21 septiembre 2011.

El Cartel del
Miércoles 21 septiembre 2011.
Acta 29 – 2011.

Casa  Corsunsky
Con motivo del cumple años de Héctor Caso.

Eduardo Briceño, Héctor Caso, Mauricio de la Guardia, Marcelo Gunther,
Rubén Vander Werf y Martín Corsunsky.


Tema:
La vida loca.
No es fácil educarse bien y mucho más difícil es educarse para tener buen gusto. Pero educarse en general es la mejor opción posible al alcance de cualquiera y de todos. Y tener buen gusto es aun mejor aunque sea más difícil, porque es la cúspide espiritual que justifica y le da razón de ser a nuestra extraordinaria civilización material. Por otra parte la más fácil y la peor de las opciones para cualquier humano es hacer todo lo posible para no educarse y para no tener buen gusto. Es más, ahora que estoy de viejo y que ando a paso pausado y que habiendo sido profesor universitario en Panamá cuando tenía treinta años, estoy seguro que la mayoría de la gente busca y practica el mal gusto como si fuese de mal gusto tener buen gusto. Y es más, me dan la impresión dichas mayorías que también pueden lograr el  disfrute cotidiano del revolcarse en la  hojarasca a medio podrir del mal gusto. Por suerte todos mis amigos de El Cartel lo primero que recibieron al nacer fue la solución, o sea, antes de comenzar a sufrir los avatares del problema. Porque nacieron de familias bien que cumplieron tradiciones de buen gusto y que supieron, desde sus ancestrales orígenes ultramarinos, que lo que les gusta es precisamente y de manera inapelable un gusto de buen gusto. Y esa tradición oral vive en ellos, como por milagro. Ahora bien, en otros entornos alejados del manierismo culto de El Cartel,  he notado en mi larga experiencia de vida que cuando alguien dice “no me gusta esto” en verdad existe una buena probabilidad que podría estar diciendo lo que sea. Porque quizá quisiera reafirmar de esa manera autista y negativa alguna identidad propia, indefinible e indiferente frente  a una oportunidad valiosa de educarse y de ser mejor. En mis tiempos pasados, remotos y recientes, he conocido ese tipo de gente que detesta y resiente la excepcionalidad del buen gusto y de la buena educación. Gente que en este país y en otros, controlaron los destinos de multitudes mediante el dominio de Estados, industrias y medios. Es este hábito autista, consistente en un escape de la excelencia,  un terrible gran denominador común en multitudes complicadas y peligrosas como la estadounidense y la panameña cuyos gustos han sido formados y deformados principalmente por un sistema educativo miserable y por un sistema de entretenimiento televisivo criminal,  nítidamente dibujados ambos a base de inclinaciones kitsch. No quiero dar a entender que eso es malo, pero definitivamente, si fuese algo bueno quiero dar a entender que hay mejores opciones. Lo que quiero dar a entender es que este relativismo ético, teológico y anti Ratzinger es el que facilita el equiparar, al mismo nivel de igualdad social y de valorización pública, tanto lo feo como lo bello y lo malo como lo bueno. Es importante entonces que nadie que yo conozca se sienta personalmente aludido, porque es otra mi intención. Es decir, quiero rescatar del olvido el viejo sistema del dogma como una condición definitoria de la autoridad. O sea, si alguien del París profundo postula que el “Homard au coulis de truffes” confeccionado en La Tour d Argent, está hecho como debe ser, en verdad, en verdad les digo mis queridos feligreses, que es cierto y que no les quepa la menor duda que es así, no importa qué. Y Ratzinger ha siempre defendido la validez universal e infalible del dogma, cosa  que tampoco está para nada mal, aunque haya mejores opciones. Y hoy en casa del amigo Corsunsky, ubicada frente a la Cinta Costera, más arriba del piso veinte, y frente al espectáculo estrepitoso de La Bahía de Panamá,  los amigos de El Cartel hemos descubierto que los gustos personales no cuentan para nada. Porque hay, como un faro que protege del naufragio, un buen gusto universal e inapelable que ilumina y que es válido y accesible para todos aunque nadie se de cuenta de ello. Y quien diga lo contrario, ¡miente!. Hoy todos los objetos gastronómicos y enológicos  que nos rindieron pleitesía comprobaron que nuestro aprecio por ellos ha sido dictado por un muy buen gusto colectivo, por ejemplo: las mazorcas en mantequilla, los salamis de ibérico, los pretzels salados, los vacíos al horno con cebollas rojas y por último, el risotto del Véneto, clase Vialone Nano, hecho en buillon français de viande et d´os y en crema de hongos y truffas,  preparado con arte y maestría por el cumpleañero Héctor de manera excepcional.  Y los vinos, tan buenos como abundantes: dos Amalayas 2009, dos Navarro Correa 2009, Structura 2009, Perdriel 2004, Protos Reserva 2003 y Álamos Malbec. En conclusión, el secreto básico para entender el síndrome mundial del buen gusto es que si en algún momento comprobamos que no existe objetivamente tal cosa como el buen gusto, entonces esta ausencia letal no importaría para nada porque lo que importaría en este caso terminal es que si la gente la pasa bien con lo que tiene y en tertulia con amigos, eso es tan valioso como el mejor de los buenos gustos posibles. Pero ese no fue nuestro caso de hoy porque, mejor no pudo ser, buen vino, buena cocina, buen gusto, buena conversa y buena tertulia. Y al decir esto junto con la oración precedente, caí en la trampa alucinante del relativismo metafísico así como lo vivimos todos en los épicos años setenta cuando presenciamos el film de Marco Ferreri, “La grande bouffe”, en el cual aparecen los fantasmas de la cornucopia, del buen gusto y del mal gusto, que en cada una de nuestras reuniones resucitan para acecharnos sin piedad…

Saludos.
Flavio.
 

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